El escenario no podía pintarse peor: Lluvia torrencial en un domingo Día del Padre, y encima, sin luz. En la calle, no andaban los semáforos, los automovilistas andaban como perdidos, luchando el aguadal en cada esquina, muy pocos comercios abiertos, y como siempre en estos casos, nos quedamos sin batería en el celular.
Con el correr de las horas, en la casa no quedó un solo celular con bateria, ni una computadora, y como hace rato que no tenemos ninguna radio a pilas, no queda mas que conversar en familia... durante horas.
Otra cosa de los últimos tiempos, es que tampoco tenemos teléfono de línea. Total, sólo recibíamos llamados de propaganda y encuestas mientras que los dias sin electricidad no funcionaban, asi que lo reemplazamos por celulares. Un día como hoy nos preguntamos si fue una decisión acertada...
No conseguimos comida para llevar, porque a las pizzerías no les funcionaban los hornos eléctricos ni los teléfonos, y al que no había previsto un almuerzo familiar, no le quedó otra más que ponerse a cocinar con la poca luz que entrara de una ventana.
Pasadas 8 horas del apagón, comenzamos a trazar planes para pasar el resto de la velada a oscuras, haciendo un recuento de velas, racionando las viandas de la heladera que ya había perdido toda cualidad, e imaginando una vida sin electricidad.
Cuando ya estábamos resignados a vivir en la penumbra, desconectados del resto del mundo, y condenados al silencio, volvió la luz. La alegría llegó como torrente, y nos miramos con aire de triunfo: ¡Sobrevivimos 9 horas sin electricidad!
Sobre la mesa quedó como un símbolo, el único trozo de vela que teníamos en la casa, y que resguardabamos por si el último día del universo conocido había sido hoy. Prendimos la tevé, pusimos a cargar todos los celulares y computadoras, y cada uno regresó a su habitual rutina de estar conectado a su propio universo. Cosas de la vida moderna...
